Hace ya unos años, mi tío Paco, el de la librería, me comentó la ilusión que le haría
pedir conmigo, ilusión que yo compartía plenamente. Así que se lo consultamos a Rafalín,
Nuestro Hermano Mayor, quien nos dijo que había una lista en la que nos tendríamos que
apuntar, siendo el 2011 año en el cual tendríamos que cumplir nuestra misión como pedidores.
Era el Viernes Dolores del año 2010, cuando llegaba de misa a Nuestra Casa
Hermandad para asistir a la Asamblea General, y el Hermano Mayor nos comunicaba en
público que uno de los pedidores de ese año se encontraba de baja, por lo cual los pedidores
del Jueves Santo del año 2010, seríamos mi tío Paco y yo. Nuestro compromiso se adelantaba
un año, fue un cúmulo de sensaciones las que tuve, emoción, nervios, incertidumbre, pero
sobre todo mucha ilusión. Aún recuerdo los ojos cargados de cariño y satisfacción con los que
me miró mi tío.
Y llegó el gran día, Jueves Santo, aún no eran las nueve de la mañana, cuando junto
con mi madre y mi tío Paco, bajaba la calle San Francisco hacía nuestra casa Hermandad, allí
nos esperaban para desayunar, ayudar a vestirnos, hacernos alguna foto para el recuerdo,
darnos ánimo en nuestra salida y gritar algún que otro “viva”.
Era inevitable tener nervios, pero me tranquilizaba saber que iba junto a mi Tío, quien
ya pedía por cuarta vez, su experiencia nos iba a ayudar mucho. Estaba ansiosa por comenzar
una experiencia que sin duda, sabía que iba a ser inolvidable.
Faltaba poco para que fuesen las diez, cuando llegó el momento, la pedida del Jueves
Santo de 2010 comenzaba, y sin lugar a duda empezó entre todos los presentes en nuestra
casa Hermandad. De allí ya salimos con nuestros canastos cargados, y no solo de ilusión.
“¡Que sensación tan bonita la de tener nuestra túnica azul puesta desde tan
temprano!”, fue lo primero que me dijo mi tío cuando salíamos, y así era, así lo sentía yo
también. Emprendimos nuestro camino hacia la Calle Grande, a la primera casa a la que
llegamos fue a la de una de nuestras camareras Encarna Lora, quién días antes, mientras
vestíamos a Nuestra Sagrada Titular, me decía “¡No olvides llegarte!”.
Sabíamos que nos esperaba un día largo y duro, aún era temprano, pero era increíble
ver como la gente nos esperaba con ilusión y con su buena voluntad respondían a nuestra voz
“María Santísima de la Paz”.
Llegaba el mediodía, era el momento de ir a los bares, donde sabíamos que
encontraríamos a mucha gente a la que aún no habíamos visto. Todos nos querían invitar a
tomar algo, pero no podíamos detenernos, teníamos mucho que hacer todavía. Fuimos a
nuestra Casa Hermandad, nos esperaban para comer, allí nos encontramos con los pedidores
de Nuestro Padre Jesús, dos grandes amigos, Joaquín e Ismael. Repusimos fuerzas y
vaciamos los canastos, que ya a esas horas estaban bastante llenos.
Pero, sin perder ni un momento, salimos de nuevo, una vuelta más y nos dirigimos a la
Iglesia, ya que se aproximaba la hora en la que se celebraba los Santos Oficios. Entramos a
ver a Nuestra Virgen, estaba preciosa, y con su mirada nos dió las fuerzas que necesitábamos
para continuar.
Llegó el momento más esperado, salía radiante, por la puerta de la Iglesia, María
Santísima de la Paz, rodeada de fieles, con sus palomas al vuelo y con el clamor de todos los
allí presentes. Yo sabía que ese año no podía acompañarla durante el recorrido, y se me hacía
difícil, pero tenía un objetivo que cumplir, debíamos ayudar a Nuestra Hermandad.
Durante la procesión, nosotros seguíamos pidiendo en las casas, en los bares, por las
calles, etc. Qué bonito es ver que la gente colabora con lo poco o mucho que puede, pero
siempre con su buena voluntad. También es maravilloso sentir la devoción que todos profesan
hacia la Patrona de los Emigrantes.
Adentrados ya en la noche, llegaba el fin del trayecto, estaba muy cansada, pero no
quería que la procesión ni ese día tan especial terminaran.
Llegó el final de nuestra pedida, entramos en la Iglesia a darles gracias a María
Santísima de la Paz y a Nuestro Padre Jesús, por las fuerzas que nos dieron para concluir
satisfechos nuestra misión. Llevamos los canastos a nuestra Casa Hermandad, lugar donde al
día siguiente nos reuniríamos para conocer el resultado de nuestra pedida.
Estaba agotada, pero era imposible quedarme dormida, no podía parar de recordar los
momentos que había vivido junto a mi tío ese día y las innumerables experiencias que
habíamos compartido.
A la mañana siguiente, todos nos esperaban, bajé con mi madre y mi vecino Antonio
Escalante a Nuestra Casa Hermandad, ya que mi tío estaba trabajando. Me sentía un poco
nerviosa, aunque a la vez tranquila, porque fuese cual fuese el resultado, sabía que habíamos
hecho todo lo posible. Todos colaborábamos en el recuento, yo estaba temblorosa, hasta que
Juani Cansino me dijo: “Tranquila, que esto tiene muy buena pinta”. Así que, llamé a mi tío para
que bajara y pudiésemos conocer juntos el resultado final de nuestra pedida, y justo cuando él
llegaba ya sabíamos la cantidad. Mi madre, abrazándonos, orgullosa y emocionada, gritó:
“¡Viva María Santísima de la Paz!” y todos los allí presentes empezaron a felicitarnos ya que
nuestro esfuerzo tuvo el final que esperábamos. En ese instante, no podía parar de pensar en
mi abuelo Joaquín, ¡cuánto me hubiese gustado compartir esos momentos con él!, aunque sé
que desde el cielo nos echó una mano y se sintió bastante orgulloso de nosotros.
Desde aquí animo a todos los hermanos que aún no hayan sido pedidores, ya que
poder representar a la Hermandad de María Santísima de la Paz el Jueves Santo de esta
forma tan especial, es una experiencia única, gratificante y sin duda inolvidable, y más aún si la
compartes con alguien tan especial como lo hice yo.
Una Experiencia compartida 2010
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